lunes, 18 de diciembre de 2017

MI SEXTO LIBRO: CONCORDANCIAS PASTORALES DE LA BIBLIA

Me acaba de llegar ahora mismo a casa: "Concordancias pastorales de la Biblia". Solo lo he abierto para echarle una primera mirada. Está aún 'caliente'. Recién salido del horno. Es mi 'sexto' libro, todos ellos en torno a la Biblia.

Se trata de una "obra mayor", pues ¿quién se atreve a hacer unas 'Concordancias bíblicas'? Por eso mismo es una obra atrevida, con ciertas dosis de osadía, de intrepidez, pero a la vez una obra con mucha dedicación, y con rigor. Cada palabra ha sido leída en su texto original, partiendo siempre de las fuentes (hebreo, griego). 

Hay otras muchas 'Concordancias' en el mercado que están a disposición de todas las personas interesadas en la Palabra de Dios. Estas 'concordancias' tienen un subtítulo: 'Concordancias pastorales'. Están pensadas, de forma particular, para que lleguen al gran público; a la gente que necesita instrumentos para acercarse más a la Biblia. 

En ella leemos y encontramos términos como 'amor', 'alegría', 'perdón', 'salvación', 'paz'... también seguimos la trayectoria de personas como 'Jesús', 'Juan Bautista', 'María', 'Pablo' etc.
Otras palabras son 'profeta', 'alianza', 'elección', 'enseñanza' etc...

No son un 'diccionario', sino una 'herramienta' para seguir el camino de estos términos fundamentales a lo largo de la Biblia cristiana. Tienen una vocación de 'servicio'.

Es una obra pensada para el estudioso de la Biblia; también por supuesto para el cristiano que quiere conocer mejor la Escritura que alimenta su fe; para los grupos que se reúnen para estudiar desde la fe y desde la 'Lectio Divina'. Y también, por qué no, es una obra pensada para las personas con cultura que tienen interés por el hecho religioso y están abiertas a seguir profundizando. 

La dedicatoria es para los dos principales centros de Estudio donde he madurado como profesor de Biblia: el Seminario de Tarazona y el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón.

Un buen regalo para estas próximas Navidades.

Pedro

domingo, 19 de noviembre de 2017

JESUS, LOS HIPÓCRITAS Y SÉFORIS

    Son tres palabras que aparentemente no tienen relación, como si dijéramos ‘Isabel, la alegría y Zaragoza’. Sin embargo podemos adivinar un lazo común que las une. El evangelio de hoy es de san Mateo; por tres veces Jesús advierte contra los ‘hipócritas’. Los avezados estudiantes pronto se preguntan: ‘¿Jesús, que hablaba arameo, pronunció esta palabra que es griega? Una pregunta bien hecha. Además, nuestro avezado estudiante nos advierte: ‘la  palabra hipócrita en la época antigua no servía para insultar o para definir un comportamiento humano, sino que designaba a los actores de teatro’. Esta segunda afirmación también es correcta. En efecto, los actores de la antigüedad podían representar distintos papeles en una misma obra (bien hombre respetuoso, honrado y noble, bien un pérfido asesino). Sólo tenía que cambiarse de ‘máscara’. De ahí, del uso de las máscaras en los teatros, se pasó a designar a la persona que podía cambiar de comportamiento y actitud ante los demás sólo cambiándose la máscara. Eso es un hipócrita; alguien de quien nunca sabes qué máscara lleva puesta.


               Admitiendo todo lo anterior podemos preguntarnos de nuevo si Jesús conocía esta palabra en el contexto de su uso originario y habitual (actor de teatro), y además si la pudo decir él. Dos nuevas vías en nuestra investigación se abren; ambas tienen que ver con la ciudad de Séforis, a sólo cinco kilómetros monte a través desde Nazaret. Sabemos por la arqueología que en la juventud de Jesús el rey Herodes Antipas mandó reconstruir la ciudad de Séforis que previamente había sido arrasada por los generales romanos en una de sus campañas de castigo contra los rebeldes judíos. Algunos autores proponen (nunca se sabrá a ciencia cierta), que Jesús pudo ir a trabajar como jornalero en la reconstrucción de Séforis con José y con otros hombres de Nazaret. Ni decimos que sí, ni decimos que no; puede ser. Queda por resolver el enigma de los actores de teatro. Cuando hoy vamos a Séforis, podemos encontrar los restos de un teatro grecorromano en la ladera de la ciudad. Los arqueólogos tienen que decirnos con precisión de qué época es, pues Séforis como todas las ciudades conoció distintos momentos en su no muy dilatada vida. Concluyendo: si en Séforis encontramos hoy un teatro grecorromano, es indicio de que pudo haber un teatro en la época de Jesús; si Jesús llegó a trabajar como jornalero en la reconstrucción de la ciudad pudo conocer la existencia de aquellos hombres que se ponían máscaras para actuar y que se conocía como ‘hipócritas’. Es plausible, por tanto, que el uso de esta palabra griega, ‘hipócrita’, se pueda remitir a Jesús mismo. No sería una idea descabellada.

               Pasemos de la arqueología al evangelio vivo. Jesús advierte contra aquellas personas de las que no te puedes fiar porque llevan siempre máscara, careta, y no sabes ni qué piensan ni quiénes son en verdad. Jesús arremete contra los que falsean los tres pilares de una vida piadosa en la concepción judía: la oración, la limosna y el ayuno. Los tres, bien entendidos, son signos de una libertad interior. El hombre libre reza ante Dios, que es su origen, su sustento y su meta; el hombre libre comparte de forma espontánea con los necesitados, porque la única riqueza absoluta es Dios; el hombre libre ayuna para decir que no adora a nada ni a nadie (cuerpo, placeres, objetos) fuera de Dios. No adoréis a nadie más que a él.

               Las personas que nos quieren engañar esconden tras la máscara una vida que no es la suya y que muchas veces está totalmente vacía. Las personas libres no necesitan máscaras, sino que van con la libertad y la verdad por delante, con transparencia, como nos enseña Jesús. Somos discípulos de Jesús, de Nazaret, y no somos aprendices de actores de teatro griegos. ¿Llevamos caretas? Seguro que alguna vez nos la hemos puesto. Pues tenemos una tarea: ir poco a poco quitándonoslas para ser personas libres como nos enseña Jesús.

 Pedro Ignacio Fraile Yécora



jueves, 16 de noviembre de 2017

TRES RITOS DEL BAR MITZVA A LA MISMA HORA

Tres vídeos de un mismo acto: el Bar Mitzvá de un niño en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. Lunes, 13 de noviembre de 2017. 

Es el paso de la infancia a la edad madura para los judíos:

- El primero parece ser un judío de familia 'secularizada'. Visten a 'lo occidental'. Lo importante es la fiesta. Lleva hasta 'charanga'. La familia, vestida para la ocasión, le acompaña con globos y regalos que anticipan un día de fiesta.


- El segundo, más religioso, es de los 'judíos conservadores'. Discreto y serio. Todos en torno al rollo de la Torah. Todos con su 'talit' sobre los hombros.


- El tercero es el Bar Mitzvá de un niño de familia observante y rigurosa; son los llamados 'ortodoxos'. Llevan sus tirabuzones (guedejas o aladares), bien visibles. El niño sabe leer perfectamente los textos sagrados. Los que le acompañan, asienten y se balancean en su ritmo habitual.



Un documento interesante para entender un poco más los distintos judaísmos que conviven hoy en día. Todos son 'judíos', pero no todos son 'iguales' en su forma de entender el judaísmo en el siglo XXI.


domingo, 5 de noviembre de 2017

ARMENIA: LA PRIMERA NACIÓN CRISTIANA



TIERRA SANTA Y ARMENIA

Cuando uno llega a Jerusalén, una de las sorpresas que le guarda la ciudad antigua, la amurallada, es precisamente esta: la ciudad se divide en cuatro barrios, y uno de ellos, junto con el «musulmán», el «judío» y el «cristiano», es el «barrio armenio». Allí tienen una hermosa catedral y un gran seminario, que provee diariamente jóvenes a la liturgia armenia de las distintas iglesias de Jerusalén y Belén; seminario donde se forman los futuros clérigos de esta antiquísima confesión cristiana.



Dicen las crónicas que cuando en el concilio de Calcedonia (año 451), cuarto concilio ecuménico donde se reflexionaba sobre la humanidad y divinidad de Cristo, las disputas se enconaron, se crearon dos grupos: unos insistían en la divinidad de Cristo; les llamaron «monofisitas», una sola naturaleza, la divina. Otros sostenían que Jesucristo es «verdadero Dios y verdadero hombre»; a estos, que representaban el sentir de la Iglesia, les llamaron «melquitas», porque esta era también la opinión del Emperador (el mélek). Los representantes de la Iglesia Armenia llegaron tarde al Concilio, se negaron a aceptar los acuerdos tomados, y se alinearon con los «monofisitas» (Iglesias de Alejandría y de Siria, principalmente).
Pero quizá lo más llamativo de los armenios en su relación con Tierra Santa es la actuación del Emperador Heraclio, noble de origen armenio, que llegó a regir los destinos de Constantinopla. Heraclio ha pasado a la historia por ser el que recuperó la Santa Cruz que había sido robada de Jerusalén por los ejércitos persas (614 d.C.), restituyéndola al Santo Sepulcro (630 d.C.). La Iglesia católica celebra esta fiesta con el título de la «Exaltación de la Santa cruz», o popularmente, la «cruz de Septiembre», para distinguirla de la fiesta de Mayo también dedicada a la cruz de Cristo.
Dicen también que Heraclio, siendo emperador, recibió una carta de un sublevado de la parte árabe de su Imperio, que se proclamaba «profeta de Dios» y que le instaba a unirse a su fe. Esta historia tiene todos los rasgos de ser apócrifa, pero sí es verdad que Mahoma hizo su Égira (622 d.C.) en los últimos años del Emperador Heraclio, armenio de nacionalidad. Como veis, argumentos no nos falta.

EL PRIMER REINO CRISTIANO DEL MUNDO

Armenia es el primer reino del mundo que se hizo cristiano. No es un mito, sino historia. El año 313 el emperador romano Constantino el Grande decidió que el cristianismo era una  «religio licita» en su imperio, que no había que perseguirla, y que podía celebrar libremente tanto su culto de forma pública, como podía también construir sus edificios. Pues bien, la fecha del bautismo del primer rey de Armenia, Tiridates III, siendo inmerso en la comunidad eclesial por San Gregorio el Iluminador, se retrotrae al año 301.


Armenia es un «exceso» de monasterios dispersos por todo el país, recónditos, coquetos, acogedores… son un lujo para el ojo con sensibilidad a la belleza. Como decía uno de los compañeros del grupo, son «una perla desconocida», a lo que otro apuntaba: «mejor aún, son un exceso de belleza». Eso sí, casi todos sin vida monástica por distintas razones, la última de ellas y no la menor, el cerca de un siglo que Armenia ha estado bajo la 'doctrina oficialmente atea de la URSS' que arrasó cualquier tipo de vida cristiana. Los desiertos monasterios, algunos de los cuales se intentan recuperar, son huellas vivas de este triste siglo XX.

«EL PAN Y LA SAL»

Quiero traer a la crónica un hermoso gesto del que fuimos testigos. Estábamos visitando un pueblecito muy pequeño cerca de la frontera con Georgia; esto es, en una zona montañosa del norte del país, en lo que la geografía llama «Transcaucasia». Nos advirtieron de que iban a cerrar la carretera de acceso al pueblo durante unos minutos porque venía el Presidente del Congreso de la República de Armenia (¡¡¡la tercera república!!!). 
Para nuestra sorpresa, le esperaba el Obispo, que había acudido al pueblo con motivo de esta visita; con él, lógicamente, estaba el párroco que iba nervioso de un sitio para otro asegurándose de que todo estaba preparado; un corito de voces blancas, formado por niñas, ensayaban en la Iglesia; en la plaza, delante del monasterio, todos los habitantes formaban con sus mejores galas: los hombres con chaquetas oscuras, pantalones de domingo, zapatos limpios y fumando con cara de que aquello era algo importante. Las mujeres con «trajes chaqueta» entallados, bolsos y zapatos de charol. Se habían puesto sus mejores galas.
No había «Guardia Civil», ni «Carabinieri», pero allí estaban esperando unos señores con cara de tener mando en plaza, con uniformes que recordaban a los generales soviéticos que hemos visto en las películas: sombreros enormes que se elevan sobre la frente y abundancia de medallas a no se sabe bien qué méritos. Entre nosotros no faltaron los comentarios. Unos decían, «parece una película italiana de los años 50»; otro decía: «no hombre, no; esto me recuerda ‘Bienvenido Mister Marshall’… No le faltaba razón. De repente, como si de un ataque imprevisto se tratara, empezaron a llegar a la plaza coches y coches a velocidad, unos detrás de otros, encabezados y escoltados por la policía. Eso sí, se pararon en el pueblo, no como en la película. Nosotros, cansado de esperar, ya estábamos subidos al autobús para que, en cuanto la comitiva alcanzara la plaza, pudiéramos emprender nuestra marcha. Bueno… y qué es eso del «pan y la sal». 



Como recibimiento en señal de bienvenida, había dos chicas jóvenes que llevaban un pan redondo; en medio de él un cuenco servía para presentar la sal. He buscado en la Biblia para ver si estábamos ante alguna costumbre de resonancia semítica, y no he encontrado nada. Luego me he puesto a indagar en la omnisciente y omnipresente ciencia de la red (léase Internet) y me he enterado de que se trata de una costumbre eslava para recibir a un personaje importante. Ahora bien… los armenios no son eslavos. Me queda la duda… ¿será tal vez una herencia de los años (casi un siglo) que Armenia ha formado parte de la URSS? ¿Será un préstamo cultural eslavo que ha pasado por «contagio» a la cultura armenia? Bueno, hummm, no está claro… De repente me acordé que en castellano, cuando a uno se le niegan hasta los derechos más fundamentales, se dice que ‘le han negado el pan y la sal’.

NOÉ Y «EL ARARAT»; MOISÉS Y «EL SINAÍ»

En los doce primeros capítulos del Génesis se nos presenta la figura de Noé en el marco más amplio del «diluvio universal». Quien más y quien menos sabe «algo» de esta historia: las aguas torrenciales, los animales, el arca, la paloma, el arco iris… La narración del Diluvio y Noé tiene «buena prensa»: se puede ver en libros para niños, impresos en camisetas infantiles, en canciones: ‘Un día Noé por el bosque se fue, y muchos animales también fueron con él…’ Lo que ni sabía, ni espera saber, es que la «historia» (entre comillas) de Noé formara parte de los ancestros donde un pueblo busca su origen.

Fue un descubrimiento cuando Zara, nuestra guía, nos explicó con normalidad, sin pestañear, que Noé encalló el arca en el monte Ararat, y que su tataranieto, Hayk, era el «fundador» del pueblo armenio. Yo apunto en mi libreta con esmero un detalle: ‘el caudillo Hayk  es hijo de Togarma’. Como soy curiosón me voy a la Biblia a ver si saco el hilo. En efecto, los hijos de Noé son tres: Sem, que dan lugar a los «semitas» (Próximo Oriente); Cam, que da lugar a los «camitas» (pueblos de Egipto y del cuerno de África) y Jafet, que es como una caja en la que caben todos nuestros antepasados de Occidente (antepasados de griegos, romanos, cretenses; es más, recordemos que tanto el nombre de Tubal, como el de Tarsis, ambos descendientes de Jafet, hacen relación directa a la península ibérica). Pues bien, Jafet es el tercer hijo de Noé; Gómer es hijo de Jafet (nieto); y Togarma es hijo de Gómer (bisnieto); lo podemos leer en Gén 10,3. Lo que ya no encuentro es al caudillo Hayk, tataranieto de Noé; pero no me importa, porque la leyenda de los orígenes de los armenios es preciosa: ¡Son descendientes directos de Noé! No proceden de los semitas como Abrahán (Gén 11,10-32). No tienen a Abrahán como «padre», tal como reclaman judíos y musulmanes.



Zara nos explica también que el monte Ararat es «sagrado» para los armenios. Nos cuenta otra preciosa historia: érase una vez un monje llamado Hakob Metsbnatsi. Estamos en el siglo IV d.C. Quería coronar el Ararat pero una y otra vez, agotado por la subida, se paraba, se dormía y tenía que emprender el regreso. En una de los intentos, dominado por el cansancio y el sueño, tuvo una visión. Un ángel se le apareció y le dijo: ‘Dios está convencido de la fe que tienes. Quiere darte un regalo para tu pueblo. Aquí tienes un trocito del «Arca de Noé» que servirá como señal de mi presencia con vosotros’. Este trocito del arca se «enseña» hoy como reliquia en el Museo de historia de Yerebán.
Le di vueltas a la cabeza, y cada vez que me paro encuentro más semejanzas. ¿No podemos establecer una comparación entre el Ararat, monte de la primera alianza, y lugar donde Noé se paró, con el monte Sinaí, también monte de la alianza? ¿No podemos hacer una comparación entre Moisés que recibe de Dios las tablas de la Ley y el monje Hakob que recibe del ángel de Dios un trocito del arca?  Son intuiciones que nos llevan a pensar cómo los pueblos narran sus orígenes; tienen sus epopeyas y sus héroes. En ambos casos hablan explícitamente de Dios e indirectamente de la alianza.
Armenia quedó grabado en mi memoria y en mi corazón. Un sitio precioso para ir y para zambullirse en la historia antigua y reciente de un pueblo que ha sobrevivido a los mil azares de la humanidad.

Pedro Ignacio Fraile Yécora.





TIERRA SANTA DESCONOCIDA: EL MONASTERIO DE SAN SABAS


Hay más de una «Tierra Santa». Los peregrinos solemos hacer un recorrido que cubre los principales lugares cristianos, pero no quiere decir que «agotemos» los tesoros que encierra el antiguo país de Canaán.
            Los historiadores y estudiosos buscan los restos de las ciudades que son nombradas en la Biblia, como si de una «carta de navegación» se tratara, unas veces con importantes resultados, y otras no: Tell Dan, Ascalón, Lakis, etc.
            Los peregrinos buscamos, más bien, las «huellas de Jesús». No lo hacemos en un afán revisionista, como si nuestra fe, debilitada o reconfortada por el paso de los años, necesitara «ver, tocar, confirmar» la tierra para creer. Tampoco lo hacemos en un afán restauracionista, buscando recomponer la «verdadera historia de Jesús». Lo hacemos porque nuestra fe nos dice que Jesús fue «humano», que nació de mujer, que sudó y lloró, y amó y gritó contra los injustos. Jesús vivió en unas cuevas familiares en Nazaret, y salió a pescar en Tiberíades, y recorrió los caminos como un viajero más, y se enfrentó a las autoridades del Templo en Jerusalén.  Lo hacemos porque el evangelio sabe de otra forma cuando el paisaje de Galilea entra en nuestros ojos sin tamices, y entendemos las parábolas del sembrador; cuando vemos la insoportable dureza del desierto de Judá e imaginamos al pobre hombre asaltado por bandidos de la parábola del «buen samaritano»; cuando vemos la insultante fertilidad del valle de Jezrael y recordamos las palabras del diablo a Jesús: «todo esto te daré, si postrándote me adoras». Los peregrinos somos «peregrinos de evangelio», «peregrinos discípulos», «peregrinos asombrados». El turista ve, hace un juicio positivo o negativo, y se marcha; el peregrino repasa por el corazón el sabor del evangelio, los rasgos de los rostros y de los nombres amados a quienes recuerda: «si pudieran venir; si hubieran visto todo esto..». El peregrino contempla y reza; el turistas aprueba o desaprueba.

Hay otras «huellas» que no son las de Jesús, sino la de los cristianos que en aquellas tierras han vivido y han florecido. Entre los muchos santos de aquellos lares, sobresale uno, llamado «Juan de Damasco», ciudad de la que era originario. El buen Juan nació cuando hacía un siglo que la conquista musulmana se había hecho con las riendas del poder en la zona. Él, de familia cristiana, era hijo de un alto funcionario del sultán de Damasco, llegando a ser también «alto funcionario» de esta Corte. Sin embargo decidió abandonar la muelle vida cortesana para refugiarse en el desierto de Judá, a las afueras de Belén, en el monasterio de San Sabas. Se ordenó sacerdote y destacó por su alta categoría intelectual. Ha pasado a la historia de la Iglesia por hacerle frente al mismísimo emperador de Constantinopla, León III, de sobrenombre «Isáurico» porque éste había decidido destruir todos los iconos de Cristo, María y de los santos. Es lo que se conoce en historia como «crisis iconoclasta» (destrucción de iconos) del s. VIII. Juan, desde su refugio en el monasterio de San Sabas, en el desierto de Belén, se le enfrentó con arrojo y argumentos. Sabemos que al final las tesis de Juan de Damasco prevalecieron sobre las del emperador y el culto a los iconos se restauró. Juan ha pasado  a la Iglesia como santo, con el nombre de «San Juan Damasceno», descansando tras su muerte en el convento de san Sabas.

No es fácil ir allí porque la carretera es infernal. Está fuera de los «circuitos» normales. Hoy es un monasterio ortodoxo de rigurosa observancia: no pueden entrar ni mujeres ni católicos. El que os escribe sólo ha podido ir tres veces. La primera con mi buen y recordado José Antonio Marín, amigo sacerdote, acompañados por Dani; pudimos entrar porque dijimos que éramos «ortodoxos»; fue una visita muy rápida, con un monje que nos miraba con desconfianza. La segunda, en un curso de guías, con el recordado Javier Velasco, también fallecido, fue imposible la entrada porque dijeron que éramos «católicos».
La tercera, acompañados de nuevo por mis amigos Dani y Txetxu, sacerdote de Vitoria, en la foto conmigo, fue ya en horas intempestivas para una vida monástica.
Lo dicho… hay que conocer otros muchos lugares de Tierra Santa. ¡Hay que volver a Tierra Santa! No una, sino más veces… y conocer las huellas de Jesús y de los cristianos.

Pedro Ignacio Fraile Yécora

viernes, 3 de noviembre de 2017

SUBIDA AL MAL LLAMADO 'MONASTERIO' DE PETRA



Jordania guarda infinidad de tesoros. El más conocido mundialmente es Petra, antigua capital de los 'nabateos', un pueblo del que desconocemos casi todo. Anteriormente la Biblia nos dice que por aquella tierra se localizaba el país de 'Edom'. Los edomitas y los israelitas nunca se han llevado bien a lo largo de su historia.


La semana pasada estuve en Petra y me decidí a subir a lo que llaman 'El Monasterio'. Es otra hermosa y soberbia tumba, del mismo estilo que la popularmente famosa del 'Tesoro', situada al final del 'Shiq' que conduce al corazón de la ciudad. 





Tras dejar atrás la fachada del Tesoro me dirigí a la Basílica bizantina. Sorprende cómo hay acceso libre a mosaicos del siglo V y VI, protegidos solo por una carpa. Es una Iglesia soberbia, destruida por terremoto del siglo VIII. 

Las figuras son sorprendentes: encontramos animales de la zona, una señorita con pecho desnudo que representa la cosecha del verano.





Por fin, a los pies de uno de los dos laterales de mosaicos de la Iglesia, el símbolo cristiano por excelencia en el oriente cristiano antiguo, la crátera con los pavos reales. Imagen que se repite ¡hasta en las basílicas paleocristianas de Menorca! hay que seguirle la pista


Seguimos el camino con presura. Antes pasamos por la fachada de lo que queda de un enorme Templo. Subimos las escaleras hasta llegar al gran patio que albergaba a los creyentes.



Queremos subir al 'Monasterio', como dicen las guías, aunque ni es monasterio, ni lo fue, ni hubo monjes ni los hay. Pero la fachada y el esfuerzo lo merecen.



Escaleras empinadas, 
tramo llano; 
escaleras 
que zizaguean; 
¡vamos, ánimo!





turistas con burros que te adelantan: 'nosotros subimos sin ayuda de los burros!




Arriba se ven las tiendas de los beduinos; cuando llegamos ¡es un pequeño bar hasta con fruta por si queremos sentarnos a descansar! Seguimos...




Por fin, el premio. ¡Tras cuarenta y cinco minutos, hemos llegado!


¿Se lo creerán o no?

¡Hay que hacerse una foto!

Estamos cargando pilas, de nuevo, para este verano. ¿Te apuntas? Si te apetece y tienes un hueco en tu agenda, escríbenos:
viajesatierrasanta@hotmail.com

PETRA, LA CIUDAD SOÑADA


Hay ciudades que forman parte de nuestros ensueños. Desde jóvenes las hemos visto con los ojos del corazón y de la imaginación. La literatura ha venido a nuestra ayuda: ciudades malditas, escondidas en lugares inhóspitos,
ciudades de leyendas guardadas por indígenas celosos de sus tesoros.

PETRA forma parte de este elenco de lugares donde todos queremos ir. Tuvo que aparecer un explorador alemán, Johann Ludwig Burckhardt, sin tierra, ni religión, ni cultura evidente y agresiva que le delatara, cuando en 1809 dio la noticia en la vieja Europa: 'señores, me parece que he encontrado Petra'. Burckhardt tuvo que aprender árabe con corrección, hacerse musulmán, y frecuentar los beduinos de la zona hasta que consiguió que le permitieran adentrarse por unas gargantas que nunca occidental alguno había transitado desde hacía más de quince siglos. Los beduinos guardaban celosamente la entrada de PETRA como se guarda lo importante, lo necesario, lo propio, lo que no se puede exponer a la vista del mundo.

PETRA es ciudad deseada por los turistas consumidores de los 'top ten' que no se puede perder nadie viajado; Petra es lugar de llegada de los peregrinos de las tierras bíblicas, pues es en la tierra de Edom/Idumea, patria natal de la familia de los Herodes.
Petra es la ciudad rosa que los estetas buscan para completar su siempre inacabada paleta de colores; Petra es la ciudad que sabe a Oriente y que llama a los buscadores de olores, de imágenes, de formas ajenas y lejanas al mediterráneo.



Petra es la ciudad donde todos, alguna vez, hemos soñado con estar. Acabamos de volver de Petra y sólo podemos decir... ¡Hasta la próxima! Volveremos, si Dios quiere, a adentrarnos por el cañón que conduce al Siq y al tesoro; volveremos a tocar la dureza de la piedra de Edom y a dejarnos iluminar por los colores de la madre naturaleza.
 ¿Os animáis? Nosotros, ya estamos tomando nota de todos los que soñáis con Petra.


 Pedro Ignacio Fraile Yécora, Agosto 2013


jueves, 2 de noviembre de 2017

UN ESPECTÁCULO PENOSO EN JERUSALÉN



Esta noche acabo de ver un espectáculo penoso en la puerta de Damasco. Varios cientos de judíos ortodoxos  salían ordenadamente, en silencio, cabizbajos, deprisa, como derrotados de una batalla, por la hermosa y noble puerta de la muralla norte de la ciudad. Salían en una larga procesión de una sola dirección, como si fueran deportados. Nadie entraba. Los que habíamos salido a dar un paseo y nos habíamos acercado a la puerta de Damasco, verdadero centro de la ciudad antigua, contemplábamos en la distancia, en silencio.

Salían en parejas, en grupos, también algunos solos. Todos deprisa. Salían familias enteras; padres, madres e hijos pequeños, incluso algunos en el cochecito que empujaba la madre. Salían con los vestidos de fiesta, hoy es Sabat: batines de raso negro, o blanco, ceñido por un cinturón ancho del mismo color, con sombrero de astracán, ellos. Vestidos amplios, largos, de corte decimonónico, siempre en tonos oscuros, ellas. Algunos salían con el talit sobre los hombros y el libro de oración entre las manos, como si les hubieran echado de algún lugar sin darles tiempo siquiera a que recogieran el paño de oración. Todos iban, sin parar, sin titubear, en dirección a su barrio: Mea Shearim.

La policía antidisturbios les observaba sin intervenir. Estaban relajados, al menos eso parecía, pero sin duda el hacerles pasillo para que salieran por la puerta de forma ordenada y continua no era mera casualidad.

He comentado a los que me acompañaban: «esto no es normal». A veces, cuando te das un paseo en la víspera del Sabat, ves cómo suben en grupos, separados, a distancia unos de otros… Ves que se mezclan con los vendedores palestinos de la Puerta de Damasco en medio de sus gritos. Pero esta noche no había gritos, sino mucho silencio; nadie gritaba ni cantaba, ni daba voces; sólo se oía el paso y las bocinas de los coches que pasan por la calle en su discurrir ordinario. Esta noche no había vendedores en la puerta de Damasco; sólo una marea humana de personas vestidas de negro, judíos observantes, que salían presurosos, probablemente porque les habían  «evacuado» del Muro de las Lamentaciones.

Luego nos hemos enterado de que los ortodoxos tienen un conflicto abierto con su gobierno a raíz de que ha aprobado que sus jóvenes (estudiantes ortodoxos de sus Escuelas de Torah) también tienen que hacer la mili, como ‘todo hijo de vecino’, y ellos no están dispuestos.

Yo no sé si esto que hemos visto respondía a una «evacuación forzosa» del Muro de las Lamentaciones. Lo que sí sé es que he sido testigo de un espectáculo, sin nada de hermosura ni de espiritualidad, sino de tristeza y de violencia contenida con un falso trasfondo religioso porque, seamos sensatos, ¿cuál es el testimonio oportuno y necesario que debemos dar los creyentes en Dios esta sociedad que cada vez más prescinde de él? ¿ser creyente es sinónimo de fanático? Ojalá llegue un día en que los creyentes demos testimonio de lo que realmente importa: testimonio inseparable de amor a Dios y a las personas con las que convivimos.

Pedro Ignacio Fraile Yécora, Jerusalén 17 de Mayo de 2013  

lunes, 30 de octubre de 2017

LA SEDUCCIÓN DE LA RELIGION: UN VIAJE SIN PREJUICIOS A TIERRA SANTA


           
Los que me conocéis y seguís en mis comentarios, sabéis cuál es mi posición respecto a la religión. Por familia, por educación, por estudios y dedicación, no solo no puedo prescindir de lo religioso, sino que me atrapa; o me seduce; o me busca porque sabe que me encuentra. Lo religioso brota a borbotones de las personas, aunque a veces lo queramos tapar con las manos, en un intento inútil, como si pudiéramos taponar un manantial de agua.
            Acabo de llegar de Tierra Santa. Esta vez ha sido una peregrinación con gente de mi edad, la mayor parte, y algunas personas mayores que han hecho de nuestras madres no solo por la edad, sino por el trato cercano, cariñoso y amoroso. Al compartir edad, condividíamos también recuerdos infantiles y juveniles; formación y estudios semejantes; carencias y frustraciones de la época, junto con convicciones arraigadas. Lo que se dice, compartíamos un mundo de imágenes, de experiencias y de visión sobre las cosas. También en lo religioso. Con nuestras distintas visiones, de la vida, pero todos aceptábamos con tranquilidad,  a la vez que con simpatía, el complicado y seductor mundo de la fe.
            Cuando se lee el evangelio en Galilea, las emociones salen sin querer. Son espontáneas. Sobre todo cuando se conoce el evangelio: Jesús llama a los discípulos en el Lago; Jesús les anuncia las bienaventuranzas, les cura y les parte el pan; Jesús va a Nazaret, su pueblo y se presenta sin ambages. María que acoge al misterio de amor en su seno, que acoge a Dios mismo. En el Tabor recordamos que todos hemos tenido, o necesitamos tener, experiencias de Dios en nuestra vida. Galilea es calor y color natural de evangelio.
            Jerusalén es otro cantar. En esta peregrinación llegamos el jueves por la noche a la «Ciudad tres veces santa», cuando comenzaba el día de descanso de los musulmanes; al día siguiente, el viernes por la mañana, fuimos testigos de cómo oleadas de varones, de todas las edades, en  peregrinación inacabable, se acercaban a la Explanada de las Mezquitas (Haram es-Sharif), para la oración de mediodía.

-          ¿Pero dónde van tantos hombres?
-          A rezar
-          ¿Aún observan el día de oración?
-          Tú mismo lo ves
-          ¿Pero no habíamos decidido, los occidentales, que la religión estaba moribunda?
-          Bueno, piensa por ti mismo, y no por lo que te digan. Saca tú las consecuencias.

Los occidentales hemos decidido, por nuestra cuenta, que la religión es cosa del pasado. La sorpresa es el contacto con el Islam, cuando vemos que miles de personas, de todas las edades, con seriedad y convencimiento, acuden a rezar cada viernes a las mezquitas.
Ese mismo viernes, nos acercamos al Kotel (el Muro de las Lamentaciones para los occidentales), un poco antes de que comenzara el Sabat. Centenares de judíos, de todas las edades, cantaban en corros, felices, porque iban a celebrar el día de descanso previsto y querido por Dios desde la creación del mundo (Ex 20,8-11).También celebran que Dios ‘les ha liberado’ de la opresión de sus enemigos, tal como recuerda el libro del Deuteronomio  (Dt 5,12-15). De nuevo las preguntas.

-          ¿Por qué bailan?
-          Porque es una fiesta.
-          Pero, ¿no habíamos quedado en que la religión judía era triste?
-          Míralo con tus ojos. Están saltando de alegría y se desean ‘Shalom Sabbat’ (Feliz día de Sábado)
-          No entiendo nada.
-          Pues párate y piénsalo.

Del sábado, pasamos al domingo, día de fiesta para los cristianos. Comentamos algo que todos sabemos, pero que no caemos en la cuenta. El domingo es ‘el primer día de la semana’. La religión judía celebra ‘el último día de la semana’, el sábado. Los cristianos celebramos ‘el primer día de la semana’, el día de la Resurrección de Jesús. Aquel día vamos al Santo Sepulcro, a celebrar la Eucaristía dominical. Sin esperarlo, oímos cantar en la parte superior del Santo Sepulcro. Son voces bellísimas: ‘los armenios’, digo. Buscamos la escalera de acceso a las estancias superiores, y escuchamos entre atónitos y embelesados el canto de las voces de los cristianos viejos del Cáucaso. Celebran la Misa, la Santa Misa, en un rito ancestral. Despacio, con mucho tiento, como quien toca algo que no le pertenece, que no lo puede manejar a su antojo. Exquisito, delicado, bello, conmovedor.

-          Estos ¿quiénes son?
-          Los armenios
-          ¿Son cristianos?
-          El reino de Armenia se hizo cristiano antes que el Bizantino.
-          ¿Sí? ¿No fue Constantino el Grande?
-          No. Se le adelantó por unos pocos años el rey armenio. Con él, se convirtió todo su pueblo. Hasta el día de hoy.


Ir a Tierra Santa, con la cabeza abierta, no con los prejuicios de los occidentales que hemos decidido por nuestra cuenta que la religión está obsoleta, es abrirse al mundo de la experiencia de Dios. Los musulmanes se someten a Dios y a su voluntad: Islam significa precisamente eso, «sumisión». Los judíos, los primeros en la fe monoteísta, cantan al Dios creador y liberador,        que se ha manifestado a su pueblo, Israel. Los cristianos cantamos en la mañana del Domingo, la mañana permanente de Pascua, del Señor Resucitado.
Cuando vuelvo a esta orilla del Mediterráneo, por la que han pasado, convivido y se han enfrentado las distintas confesiones; cuando regreso a esta tierra occidental que parece que se quiere quitar, como si de una maldición se tratara, del peso de las religiones monoteístas, no puedo menos que recordar con cariño ¡y envidia!, la importancia que tiene Dios en la vida y en la felicidad de las persona. Para muestra un botón. Si quieres verlo con tus propios ojos, arriésgate y ve a Tierra Santa.

Pedro Ignacio Fraile Yécora


15 de Febrero de 2017

EL SANTO SEPULCRO, CLAUSURADO POR LA POLICÍA

EL SANTO SEPULCRO, 
CLAUSURADO POR LA POLICÍA



Podría ser un buen titular para una noticia. ¿Por qué? Quizá porque corre peligro de derrumbe. Quizá porque hay demasiada gente que quiere acercase a él y hay que intervenir antes de que se produzca una desgracia. Quizá porque el encargado de poner orden, de turno, se ha propasado en sus funciones. Sea como sea, ¡qué noticia! Saltaría a la prensa, sin duda.


El que esto escribe, sólo quiere hacerse eco del Santo Sepulcro en su día a día. Acabo de llegar; he estado con dos grupos muy distintos. Uno de Plasencia, otro de San Sebastián. En ambos casos fuimos al Santo Sepulcro. Suelo comentar que estamos asistiendo, impávidos, a un 'movimiento' extraño por parte de los católicos. Parecería que a muchos peregrinos, hijos de la Iglesia o al menos bautizados en ella, les importara más el Muro de las Lamentaciones que el Santo Sepulcro. Lo compruebo tristemente en cada peregrinación. En cada grupo repito: el centro de la fe cristiana es Cristo vivo. Venimos como peregrinos a los Santos Lugares de la muerte y resurrección de Jesús. Hay personas que no terminan de entender el alcance de este acontecimiento y siguen soñando con meter sus papelitos entre las piedras de un muro que se remonta al Templo de Jerusalén destruido por el general Tito el año 70 de nuestra era.



Suelo comentar también que el Santo Sepulcro se está convirtiendo en un 'Mercado persa' donde mucha gente no sabe bien adónde va. La última adquisición son los 'cruceros'. Llegan, ven, miran y se van. Raudos, veloces, a velocidad de crucero (nunca mejor traída la imagen). Son turistas-consumidores de lo religioso, como si la fe cristiana fuera un producto más: pagar-consumir- gastar.

Es verdad que muchas personas saben a qué van y por qué van. Jesús sigue siendo un interrogante abierto en el corazón de muchos hombres y mujeres del siglo XXI. ¿Qué supone para mí que Jesús esté vivo? ¿Qué quiere decir que la muerte de Jesús no ha sido en vano? ¿Se puede confesar hoy la resurrección de Jesús sin renunciar a ser una persona que viva en este mundo?

No. La policía no ha cerrado el Sepulcro. Tampoco los 'cruceristas' que arrasan por donde van. Tampoco los consumidores de ciudades. Tampoco los cazadores de religiones. El Santo Sepulcro sigue siendo referencia para hombres y mujeres que seguimos diciendo: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. ¡Ha resucitado!

Pedro Ignacio Fraile
11 de Octubre de 2013

"Canción triste" del santo sepulcro de Jerusalén



Cuando la comunidad cristiana de Jerusalén daba sus primeros pasos, después de Pentecostés, sabían que allí, en el huerto debajo de la Cantera de piedra que conocían como «Gólgota», seguía vivo el recuerdo de la «Tumba vacía». ¡No está aquí, ha resucitado!, proclamaban y celebraban. Ellos, sin saberlo, manteniendo viva la memoria del lugar, habían dado inicio a las visitas continuas que con los siglos se transformaron en verdaderas peregrinaciones. El cristiano de occidente quería visitar la tierra de Jesús, pero sobre todo quería ir a besar el lugar de la Vida (¡con mayúscula!), el lugar de la Resurrección.

Veinte siglos después, cuando el mundo se muestra desmadejado, con visos de estar desnortado, como sin rumbo, en un espectáculo continuo de incertidumbre más que de certezas y de esperanzas, el Santo Sepulcro sigue siendo visitado por miles, ¡por millones! de personas.

Para los creyentes debería ser, sin duda, un motivo de serena alegría. Parecería que en esta triste imagen del mundo al que nos asomamos diariamente, la luz de la Resurrección de Jesús tuviera un brillo especial. Los creyentes así lo creemos, así lo confesamos y así lo proclamamos, pero…. El Santo Sepulcro de Jerusalén dista mucho de ser un lugar de esperanza luminosa.

Ayer llegaba de Jerusalén de guiar una peregrinación; lo que voy a contar sucedía el lunes por la mañana, veinte de mayo de dos mil trece. Yo acabada de dar unas pinceladas de la historia del Santo Sepulcro (su ubicación, sus destrucciones y construcciones repetidas) pero sobre todo les invitaba a depositar un beso amoroso y creyente en la losa poniendo el corazón en Cristo Resucitado. Los peregrinos se pusieron de forma ordenada y seria en la fila, esperando este momento. Yo permanecía fuera, observando todo lo que por allí pasaba.

Se me acercó un joven de unos veintipocos años, con pintas de europeo despistado y me preguntó en inglés (¡deben verme a mi cara de que yo hable inglés!) que qué era aquello para que tanta gente estuviera haciendo fila para entrar. Yo pensé… «ya estamos aquí como en el caso del neoyorkino» (recuerden los lectores de este «blog» que hace poco escribí un «post» con este título). Cuando le dije que era el lugar de la «resurrección de Jesús» me miró con cara de no tener cara, de no tener gestos, ni de aprobación, ni de admiración, ni de alegría ni de nada… Ni se asustó, ni se emocionó, ni articuló palabra. Yo me lancé con mis pinitos en la lengua de Shakespeare: where are you from? («de dónde es usted»). Me dijo, « I’m sweden» (Soy sueco). Con sorna puedo decir, que entonces entendí eso que decimos cuando decimos «hacerse el sueco». ¡Qué rostro más inexpresivo! Con tristeza puedo decir que a ese joven sueco, la resurrección de Cristo…. No le importaba absolutamente nada.

Más triste aún fue la segunda anécdota. Entre las filas prietas de los peregrinos a los que acompañaba se coló una joven británica. Al salir, una de las peregrinas me comentó entre sorprendida e indignada: «¿a qué no sabes qué me ha pasado? El qué, le dije: «que la inglesita que iba delante de mí, se sentó en el sepulcro, como si fuera un poyo, y me pidió que le hiciera una foto».  Añadió, «pero ¿esa mujer sabía dónde estaba?» Es verdad, la vida religiosa está hecha de palabras, de confesiones, de adhesiones, de tomas de posturas… ¡y de gestos! Hay gestos que se comentan por sí solos.

La tercera anécdota de esta mañana ante la «capillita» que esconde en su interior la Tumba Vacía de Cristo aumenta en tristeza; creo que llega al escándalo de una persona de bien. Precedía al grupo de españoles (zaragozanos principalmente con peregrinos de otros sitios, catalanes, salmantinos, navarros, madrileños etc.) un grupo de ortodoxos rusos, probablemente ucranianos. Para el que no haya estado nunca allí le explicaré que es tanta la gente que se pone en la fila que hay que guardar necesariamente un orden (nadie pone objeciones). Da paso a los peregrinos un joven clérigo de la Iglesia Ortodoxa griega: pelos largos recogidos en un moño; barbas largas poco cuidadas; sotana negra hasta los pies; un gorrito pequeño, también negro, que se ciñe a su cabeza. Gestos bruscos, sin comentar nada. Sólo dice «stop» cuando pasan cinco o seis, y luego «quickly, quickly» (rápido, rápido), cuando ve que el peregrino se entretiene  y se resiste a salir. Yo estaba apoyado en la valla metálica que separa la fila de peregrinos del resto que por allí deambula; delante de mí no había nadie. Vi cómo una mujer entregaba al clérigo ortodoxo un papel escrito, y un billete de un dólar; luego, la siguiente, otro papel con dos billetes de dólar, luego otra con un billete de cinco dólares… así casi todas. Digo casi, porque algunos no entregaban nada y también pasaban. El clérigo cogía papeles y donativos con una destreza que muchos taquilleros de espectáculos querrían. Rápidamente pensé: «serán peticiones de oraciones acompañadas de un donativo», porque todas las mujeres entregaban un papel en el que se adivinaban nombres, palabras… y las cantidades eran distintas… Luego, me dije a mí mismo «no; ni esta es la manera, ni este es el sitio». Que las comunidades, congregaciones e instituciones religiosas necesitan ingresos para vivir, nadie con dos dedos de frente lo podrá discutir. Pero hay sitios, hay formas… y hay modos que se incapacitan por sí mismos. ¡Ay del Santo Sepulcro! ¡Ay de la Tumba Vacía! ¡Ay de una religión que no sabe presentarse con frescura y hermosura limpia ante este mundo!

No sé si ahora el lector comprenderá mejor el título de este artículo. Hace muchos años, entre 1981 y 1987, hubo una serie de gran éxito en televisión que llevaba por título «Canción triste (blues) de Hill Street»; el «blues» es un género musical que significa «melancolía» o «tristeza».  Esa fue la sensación que me produjo la visita al Santo Sepulcro. De todas formas, nos queda lo importante, «la Tumba está vacía»; «Cristo está vivo», y eso nadie nos lo podrá arrebatar.

Pedro Ignacio Fraile Yécora.

Jerusalén 20 de Mayo de 2013